Viena y sus históricos cafés
Viena, la capital del antiguo imperio Austrohúngaro, es la ciudad de la música, de la ópera, del amor romántico… y de los cafés. Lugares con encanto, únicos, repletos de vida, de anécdotas e de historias que contemplan el devenir de los siglos de una ciudad que fue la cuna del más importante poder político de su tiempo. Con su más de 560 cafés distribuidos por toda la ciudad, no hay vienés que no detenga parte de su ajetreo diario en estos centros de lectura de periódicos y libros y de tertulia lectura política, social y literaria. Porque eso es lo que representa para el vienés dedicar su tiempo a tomarse un café en cualquiera de los establecimientos de la ciudad.
Los cafés son el símbolo de una ciudad donde ha nacido el psicoanálisis de la mano de Freud, el vals de los compases surgidos de la idealista visión del mundo de los Strauss o el art noveau ideado por el sublime Gustav Klimt que con sus edificios colocó a Viena en el punto de referencia de la arquitectura europea en el siglo pasado.
El primer café vienés surgió en 1683, cerca de la céntrica catedral gótica de San Esteban. La ciudad, asediada por los turcos, estaba a punto de caer bajo la tutela otomana y un soldado armenio de nombre Kolschitzky, al servicio del Imperio austro-húngaro, logró escapar del sitio de la ciudad para buscar el apoyo del rey de Polonia. Viena fue liberada y el valiente militar logró como recompensa instalar un café frente al templo dedicado a la figura del primer mártir cristiano. Desde ese momento esta estimulante bebida se convirtió en un símbolo de la ciudad, y Kolschitzky devino un hombre famoso, admirado y… rico.
Para quien visite la ciudad del Danubio los lugares más emblemáticos para tomar café son los salones del elegante Hotel Sacher (Philarmonikerstrasse, 4), con un amplia carta en la que se pueden encontrar diferentes variedades y texturas, perfectas para combinar con excelente pastel de chocolate del mismo nombre; el Café Sperl (Gumperdorfer, 11), fundado en 1880 y que no ha sufrido cambios desde su fundación, epicentro de la juventud vienesa célebre por sus magníficos cafés dobles con nata; el concurrido y bullicioso Café Mozart (Albertinaplatz, 2), erigido en 1794, frecuentado por vienesas elegantes y altos ejecutivos, y por turistas que visitan el museo Albertina, de arte, es también lugar de encuentro de intelectuales con una terraza agradable en verano y primavera; ha sido escenario de algunas escenas de la película El Tercer Hombre, basada en la novela de Graham Greene. No hay que olvidar al Café Central (Herrengasse, 14), centro de la vida cultural vienesa durante los dos últimos siglos, lugar de encuentro de intelectuales, escritores, poetas y hombres de cultura, con hermosas columnas de mármol que marcan su elegante estilo y donde el café y los pasteles son una excusa para la lectura pausada de la prensa nacional e internacional; el Demel (Kohlmarkt, 14) no sólo es la pastelería más elegante del centro de Viena sino que sus cafés acompañados de sus notables dulces son una sensación para el paladar; el único inconveniente es que su fama lo hace muy concurrido por lo que es difícil encontrar sitio durante los meses de mayor tráfico de turistas. El Hofburg Café (en el palacio del Hofburg), para sentirse como un emperador austriaco en plena centuria digital; El Landtmann (Dr. Karl Lueger Ring, 4) tal vez sea uno de los centros donde la vida cultural de Viena haya tenido más significación pues es un centro de reunión de personajes vinculados al mundo de la ciencia, la literatura y el cine —era el preferido de Romy Schneider— que además de degustar su amplia variedad de cafés y pasteles gozan de las buenas tertulias que allí se crean. Entre los cafés no hay que olvidar el caótico y poco bucólico Café Hawelka (Dorotheergasse, 6), fundado hace más de cien años, lugar de encuentro de la bohemia vienesa y que utilizaba Elías Canetti, Premio Nobel de Literatura, para encontrar su inspiración sentado en su mesa de siempre, sorbiendo un café bien cargado acompañado del único buchtlen, un bizcocho propio de la casa excelente por estar untado con mermelada de ciruela; curioso por su decoración retro de los años cincuenta es el Café Prückl (Stübenring, 24) donde se escucha música de piano en directo; el Café Museum (Opergasse, 7), fundado en 1899, epicentro de las nuevas corrientes literarias vienesas y el Café Bräunerhof (Stallburggasse, 2), que vivió todos los movimientos políticos de comienzos del siglo XX, un lugar pequeño, recoleto y amable con encantadoras mesas de mármol que invitan a la lectura de un buen libro.
Hemos hablado de los cafés pero no cómo debemos pedirlo, porque hasta en esto los cafés vieneses son gente peculiar. Ningún vienés entenderá que se pida un café solo, está considerado en este país centroeuropeo como una verdadera rareza. Entre las más de veinte variedades las más comunes que se pueden pedir un brauner, el típico café con leche; un kleiner brauner, el mismo pero con leche condensada; un melange, el tradicional capuchino italiano; un wiener melange, mitad agua caliente, media de café y espuma de leche; un inspanner, un café doble con nata o un kapuziner, el siempre recurrente cortado; verlángerter, con o sin sleche, un café con el doble de agua; coffe crème, una pequeña taza de café con crema; ristretto, un expreso corto;
Con todas estas premisas durante la estancia en Viena el Danubio azúl, Mozart y Sissi no serán el único referente del viaje.