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Siempre que sea posible escoger alimentos de origen biológico. Estos no han sido tratados con productos químicos respetando y protegiendo así al medioambiente, al agricultor y al consumidor.
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Preferir los productos de confección local con el fin de reducir el consumo energético que implican los transportes de larga distancia. Por la misma razón preferir los cultivos de zonas cercanas y de la estación del año en que crecen naturalmente.
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Hacer las compras de manera planificada para adquirir lo que se vaya a consumir en lo inmediato. Muchas veces compramos de más y acabamos tirando alimentos.
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Ir a la compra utilizando los carritos de la compra o bolsas reutilizables. No desperdiciemos en bolsas que luego van a parar a la basura.
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Para evitar el desperdicio de envases, comprar a granel lo que se pueda, como legumbres, algunos cereales, olivas, frutos secos.
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Disminuir el consumo de productos de origen animal. La producción de carne tiene un alto costo energético a la vez que aumenta la polución y las emisiones de CO2. En cuanto al pescado también hay sobrepesca que está empobreciendo los océanos. En su lugar aumentar el consumo de proteínas vegetales a base de soja (no transgénica) y sus derivados, o de seitán.
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Procurar el propio cultivo de hierbas aromáticas en lugar de adquirir las envasadas. Un jardín, un patio o un trocito de balcón con luz natural son sitios bienvenidos para tener hierbas frescas.
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En temporada siempre hay verduras u hortalizas que están a precios muy bajos. Aprovecharlos para hacer mermeladas o salsas para el resto del año.
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Cuando haya sobrante de comida aprovechar para reciclar y hacer otros platos. Siempre se pueden hacer rellenos para canelones, croquetas o buñuelos, sopas y tartas.
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Utilizar papel film y papel de aluminio sólo cuando sea realmente imprescindible y en todo caso reutilizar los usados siempre que se pueda.